Con motivo del 25° aniversario de la caída del Muro, del 28 de octubre al 25 de enero de 2015, el Museo Thyssen-Bornemisza y la Embajada de la República Federal de Alemania rinden homenaje a la ciudad de Berlín y a sus habitantes con el montaje expositivo Calles y rostros de Berlín en las colecciones Thyssen- Bornemisza. Paralelamente la Embajada ha programado unas actividades complementarias en el Goethe-Institut de Madrid, que incluirán conferencias y proyecciones de películas.
Una selección de 18 obras maestras de la colección -algunas de las cuales no están expuestas habitualmente- convierte la ciudad de Berlín en protagonista y nos descubre su floreciente panorama artístico durante el primer tercio del siglo XX.
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La rápida transformación de ciudades, como Berlín, en metrópolis fue uno de los temas que más apasionaron a los pintores de comienzos del siglo XX. La capital alemana, que vivió un veloz proceso de industrialización, se convirtió en imán de numerosos artistas por su atmósfera libre y en punto de encuentro de las vanguardias europeas. La ciudad no pudo reconectar con esta época dorada hasta después de la caída del Muro en 1989.
Los artistas expresionistas del momento se trasladaron a la capital buscando nuevos estímulos. Es el caso de Ernst Ludwig Kirchner, miembro del grupo Die Brücke, que pintó sus célebres escenas callejeras durante los meses anteriores a la Primera Guerra Mundial, que estalló hace justo 100 años. En estas obras, las protagonistas, generalmente mujeres, eran el objeto de las miradas masculinas. Otros artistas afincados en Berlín, como Ludwig Meidner o Lyonel Feininger, se sintieron también estimulados por las calles en constante metamorfosis y adaptaron en sus obras elementos formales del cubismo, el futurismo o el orfismo.
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Domina en muchos de estos cuadros un cierto aire apocalíptico, en predicción a lo que iba a ocurrir. Lo vemos particularmente en la obra de George Grosz, en la que Berlín se convierte en un lugar deshumanizado que camina hacia la autodestrucción. Pintado durante la Gran Guerra, Metrópolis es una de sus realizaciones más destacadas; Grosz muestra en este cuadro una ciudad poblada por la muchedumbre atrapada en una vida infernal. Su estilo “afilado como un cuchillo” no haría sino agudizarse tras el fin del conflicto y su aversión por la sociedad de su tiempo lo transformó en un pintor comprometido ideológicamente. Durante los años que siguieron denunció la hipocresía burguesa, y un orden social que consideraba injusto, en unas obras donde el glamour de las clases acomodadas se contrapone a lisiados de guerra, huérfanos o vagabundos.
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“¡Ante todo pinte retratos! De todas formas todo lo que pintamos nosotros, los alemanes, es retrato”. Este era el consejo que Otto Dix había recibido del veterano Max Liebermann al comienzo de su carrera. Pasados los primeros años de la posguerra, pintores como Grosz o Dix fueron suavizando sus planteamientos revolucionarios ante el convencimiento de que el arte no podía cambiar la sociedad. De las pobladas calles y sus conflictos sociales, su interés pasó a representar a los propios berlineses.
Hombres y mujeres vestidos a la moda y fumando cigarrillos; toda la bohemia berlinesa de la República de Weimar ha llegado a nosotros gracias a los retratos realizados por Dix, Christian Schad o Rudolf Schlichter. Para inmortalizar a sus contemporáneos los artistas abandonaron el lenguaje expresionista para adoptar un nuevo realismo, conocido como Neue Sachlichkeit, es decir, Nueva Objetividad.
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Pese a que la huella de la experiencia vanguardista nunca desapareció completamente de sus obras, los pintores de entreguerras adoptaron una minuciosa técnica inspirada en los artistas del pasado, desde los maestros renacentistas italianos, como es el caso de Schad, hasta los alemanes, como en Otto Dix. Para representar al fotógrafo Hugo Erfurth, Dix no solo recurrió a los planteamientos formales y compositivos del género, situando a su amigo tras un denso cortinaje y acompañado de su perro, sino que además recuperó la tradicional técnica de temple sobre tabla.
Este brillante e intenso momento de la cultura berlinesa terminaría bruscamente en 1933. Un año después del ascenso del nazismo al poder, Max Beckmann modificó el retrato de Quappi, su bella mujer, borrando su sonrisa. Otros tiempos habían comenzado.
El Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, desencadenada por la invasión alemana de Polonia hace 75 años, dejó un rastro de muerte y destrucción que pareció eliminar los ideales artísticos de preguerra. Sin embargo, la caída del Muro ha devuelto a Berlín su carácter de metrópolis de vanguardia y renovación artística.

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