La fotografía como punto de partida y como aparente resultado final, pero no como objetivo. Así son las 66 piezas que alberga la exposición del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid de pintura hiperrealista.
Paisajes urbanos, escaparates, restaurantes de comida rápida, últimos modelos de coches, relucientes motocicletas, máquinas de pinball, juguetes de hojalata, botes de kétchup, fragmentos de la vida cotidiana, escenas banales y artículos de consumo convertidos en motivo artístico.
Los principales asuntos que ocupan el interés de los pintores hiperrealistas están tomados del mundo que les rodea, de su propio entorno personal, dando visibilidad a lo cotidiano a través de su pintura. Motivos intrascendentes que captan primero a través de la fotografía y que después trasladan al lienzo mediante un laborioso proceso, utilizando diversos recursos técnicos, como la proyección de diapositivas o el sistema de trama. Son obras generalmente de gran formato, pintadas con tal precisión y exactitud que los propios lienzos producen una impresión de calidad fotográfica, pero realizadas mediante un proceso creativo completamente opuesto a la inmediatez de la instantánea fotográfica.
Una corriente artística que comenzó su camino en Estados Unidos a finales de los años 60 y que ahora puede verse desde hoy, 22 de marzo, hasta el 9 de abril.
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